La memoria de las cucarachas es
corta, muy corta. Pero a ellas les da igual, porque pululan por cualquier cañería
sucia, y solamente aparecen con los vapores más hediondos. En esto del fútbol
las ves salir cuando la cosa pinta mal, para gritar al mundo que “ya lo
veníamos diciendo”. Se amontonan desde
ni me acuerdo cuándo, para profetizar el fin de ciclo blugrana cada par de
añitos. Las merengues porque no acaban con el imperio del Barça de Messi ni
trincando Champions por la cara, y las culés porque necesitan que la realidad
se adapte a sus profecías. Parece que las has fumigado a todas con el Cucal del
triplete + doblete consecutivos, pero siguen ahí, dispuestas a sacar sus repulsivas
cabezas para participar del aquelarre que llevan esperando tanto tiempo.
No soy yo quien ha mirado a otro
lado ante las groserías tácticas de Luis Enrique, incluido el año del triplete,
cuando la M + la SN le libraron de la penitencia que se estaba ganando a pulso
con rotaciones estúpidas, y sobre todo ninguneando a Xavi. Pero no vale babear
de éxtasis cuando la pegada se impone al estilo dominador, y llorar cuando te
das cuenta de que ciscarte en el sistema mejor parido de la historia del fútbol
es el peor negocio de tu vida. Porque en esa historia no entran los ganadores
por el hecho de serlo. Una Champions como las últimas del Madrid cabe en una
línea de un informe estadístico. Sobre las del Barça de Guardiola se escribieron
tesis doctorales. Pero da igual lo que yo diga. El mundo del fútbol siempre se
dividirá entre Bilardos y Menottis, entre Mourinhos y Guardiolas, entre el
músculo y el arte… Allá cada uno con sus gustos. Pero lo peor son esas
sabandijas, con y sin pluma en la mano, alineados en los dos bandos, según
sople el aire.